domingo, 26 de junio de 2011

EL GENIO POETICO CARLOS MARTINEZ RIVAS HIJO DE LA CHINANDEGANA BERTA RIVAS NOVOA.

EL GENIO POETICO CARLOS MARTINEZ RIVAS HIJO DE LA CHINANDEGANA BERTA RIVAS NOVOA.: ":yikes: :bomb: :furious:
Palabras liminares
En esta postrimería de siglo tan complejo y convulso, en que prevalece, brutal y crudamente la búsqueda de lo material, Carlos Martínez Rivas es un ejemplar único cuyo genio poético ha levantado la historia cultural de Nicaragua y de Hispanoamérica. Su vida y su obra intelectual cautivan precisamente por lo que hay en él de distinto, de irrepetible, en la perfección de su estilo; en su modo de ser como criatura huraña y cordial, como hombre que —henchido de pasión, de curiosidad por las cosas y el conocimiento, y de talento fecundo— urde, registra y rige en su propio drama, los cimientos de un nuevo Génesis, el croquis de la Tierra Prometida. Y todo eso, viviendo al margen del confort, y, las más de las veces, en las peores condiciones del orden alienado del mundo, asumido por el poeta con exactísima conciencia de su propia conducta y, consecuentemente, como insumo a su creación estética. Así lo revela en “Proyecto de la Obra Maestra”: “Careciendo, no sólo de lo necesario sino/ de lo indispensable. Recursos materiales, cero./ De la miseria surja el fulgor. Ningún óbolo/ del mundo empañe su diafanidad”. Por eso, todos tenemos con él una deuda de agradecimiento. Su vida y su obra dan cima a un magisterio esencial e ineludible para la valía intelectual y el buen hacer de las futuras generaciones.

[COLOR=blue]PeriploEl menor de tres hijos varones (Félix Pedro, Luis Felipe y Carlos Ernesto) del matrimonio de doña Berta Rivas Novoa —chinandegana— con don Félix Pedro Martínez Leclair —granadino— nace en Guatemala ( IV Avenida Sur, No. 18) el 12 de octubre de 1924 —país donde su progenitor labora entonces como agente de seguros de la compañía canadiense “El sol”. A la edad de 6 años llega a Nicaragua. “Arribé una mañana con mis padres y mis dos hermanos en el vapor “Chiriquí” de bandera panameña, un martes 31 de marzo de 1931, día del terremoto de Managua. Desde mi llegada al Puerto de Corinto nos encontramos con semejante catástrofe nacional”(1). Mientras cursaba la secundaria en el Colegio Centroamérica de Granada regido por los jesuitas (1938-43), revela precozmente su excepcional talento literario, al ganar a los 16 años un concurso nacional con unos versos que sorprendieron por lo novedosos y personales (“Invocación final por la Comarca de Cabo Gracias a Dios”) y al escribir —entre otros— El Paraíso Recobrado, poema de luminosidad insuperable. Desde los 16 años fue secretario particular del embajador de Argentina en San José de Costa Rica, país al que viaja frecuentemente para visitar a su padre y en el que conoce a Yadira Jiménez, la muchacha de 14 años inmortalizada en El Paraíso Recobrado; de 1944 al 45, secretario personal del Dr. Mariano Fiallos Gil, entonces ministro de Educación de Nicaragua.

En 1945 emprende en España estudios de Filosofía, Letras e Historia del Arte, que amplía en Francia hasta 1951, donde nutre, en París, su afán permanente de búsqueda de motivos, temas y nuevos recursos expresivos, frecuentando museos, ateliers de pintores, tertulias, bistrós, amigos (Octavio Paz, Elena Garro, Don Jaime del Valle Inclán, Julio Cortázar, Blanca Varela, Fernando de Szyslo, Ernesto Cardenal...), mientras se ocupa de la elaboración de ese prodigio que es su obra poética “La insurrección solitaria”. En los años 50 y 60 viaja, permanece por temporadas y trabaja en Estados Unidos y México potenciando —como suele hacerlo en todo lugar que visita — su meticuloso sentido de la observación, su intensidad y lucidez de análisis. De 1951 al 55 fue director de la revista “Educación” del ministerio homónimo (Nicaragua).

Del 55 al 64 reside en California. Labora por más de 3 años en el Bank of América de los Angeles. Toma un curso breve de Técnica Aduanera y trabaja en la firma “James C/ Wiley Co.”; también se ocupa como obrero en una fábrica de fundición. Del matrimonio (1959) con Esperanza Mayorga Salgado nacen sus dos únicos hijos que crecen con la madre, Emmanuel (1960) y Carlos Ernesto (1962). Nombrado por el Presidente René Schick, se desempeñó como agregado cultural en la embajada de Nicaragua en Madrid (1964-69), donde residió en Calle Raimundo Lulio, 2°-4° izq. Plaza de Olavide, Chamberí, Madrid. “Dedicado a la tarea de una constante culturización mental y cordial, en cerco de amistades. La cultura en la sangre, circulando como el vino” (3) tal lo recuerda el poeta Francisco Valle, en anocheceres de bohemia con guitarra en la Bodeguita y el Gran Café Gijón, Avenida de la Castellana.

En la década del 70 labora junto a Sergio Ramírez para la Editorial Universitaria Centroamericana del CSUCA en Costa Rica y viaja nuevamente a México. También visita ese país, los Estados Unidos y Holanda, a principios de los 80. Del 78 al 79 dirige la revista dominical MOSAICO, del diario Novedades, Managua. En el 88, por razones de salud, viaja a Cuba. Tras una estancia (1977-83) en el INTECNA de Granada (antes Colegio Centroamérica)que inevitablemente lo constriñe a viajar con frecuencia a Managua por razones de trabajo como bibliotecario en Procampo, MIDINRA, fija definitivamente su residencia en Altamira d’Este No. 8, Managua, donde cuidó con celo su decisión de permanecer solitario, en estricta clausura —soñando atmósferas sin viento— 4 como un paliativo contra el “mal de ser” en impotencia, enfermedad, pobreza, decadencia física y moral.

En 1991 y 93 dicta lecciones magistrales sobre su obra y la cultura universal desde la Cátedra creada con su nombre por la UNAN-Managua, institución que se honró en mantenerlo incorporado oficialmente a su cuerpo docente, atendiéndolo, discretamente, hasta su muerte. Durante sus últimos dos años pareció irreversible la desnudez y el desamparo de su porción terrestre(5) precipitándose en el holocausto del propio ser(6). Y así declina, hosco y cordial(7) entre sus manuscritos; libros; las dos gatitas Electra y Clitemnestra (“Las dos gatitas: me dan compañía, sin quitarme soledad”(8); visitas casuales y breves; y las botellas panzonas y cantarinas(9) de su fatal ron Flor de Caña etiqueta negra.

Falleció en el Hospital Bautista de Managua, flagrantemente solo, a las 12:38 a.m., el 16 de junio de 1998. Sus restos mortales fueron velados en la Sala de Lectura del Recinto Universitario Rubén Darío de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua), donde cuatro meses atrás se le otorgó el Doctorado Honoris Causa. Tras una breve escala al día siguiente en el Palacio Nacional de Cultura, la puesta en el sepulcro tuvo lugar en el cementerio municipal de Granada, cerca de los restos de su padre y tías Leopoldina y Alfonsina.

El Inmenso Solitario Insurrecto
Carlos Martínez Rivas, el segundo gran poeta nicaragüense desde Rubén Darío, surge como un niño prodigio de la llamada Generación del 40, a la que igualmen te pertenecen Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985) y Ernesto Cardenal (1925), poetas a quienes la enseñanza oficial de la literatura nicaragüense ha dado a conocer indiferenciadamente en trío como el Triángulo de los Tres Grandes del 40, o los Tres Ernestos, obviando ubicarlos en orden a sus respectivos talentos y nivel de jerarquía estética, —como oportunamente lo hizo notar Juan Chow(10).

Refiriéndose a sus compañeros de generación, dice el poeta en “Los Tres”, nota para interesados (11) “Nuestra amistad, de ‘los tres’ (Ernesto Mejía Sánchez, Ernesto Cardenal, Carlos Martínez Rivas), fue particularmente fructífera porque éramos diferentes en temperamento y carácter y hasta puede decirse que en propósito poético (...). Aunque estábamos siempre unidos e interesados en la misma cosa, la POESÍA, lo hacíamos cada uno desde su propio terreno. (...) fuera de este espíritu selectivo y de cautela, no hubo rasgo externo (de tema o estilo) que nos identificara a “los tres” como grupo. Tampoco iniciamos juntos ningún “movimiento” con su respectiva revista de secta y dogmas. Entre muchas razones, porque nos separamos geográficamente; recién bachillerados, salimos de Nicaragua y en tierras extrañas escribimos nuestros libros”.

La diferencia entre la obra carlosmartineana y la de sus coetáneos, así como el lugar alcanzado por su palabra poética dentro de la jerarquía literaria hispanoamericana y universal, aparece claramente reflejada en esta valoración temprana hecha en 1947 por Ernesto Cardenal: “Tengo obligación de decir que nadie en Nicaragua hasta hoy, ni Rubén Darío tal vez, ha gozado de tanto don poético, tanto “estado de gracia” de poesía como él. Y es bastante decir”(12). Efectivamente, —saludada, entre otros, por críticos tan rigurosos como Octavio Paz, Francesco Tentori, Félix Grande, José María Valverde, Luis Rosales, Ernesto Mejía Sánchez, Beltrán Morales, Graham Greene — la obra carlosmartineana percute y cautiva por la perfección de la estructura y de las formas, por su hondura y carga de implicaciones. “La sobria y adusta perfección de Martínez Rivas —señala el poeta Alvaro Urtecho — resulta de un feliz equilibrio entre la tradición clásica y la tradición romántica”(13). Esa teoría del poema de estirpe baudeleriana enunciada por él en “Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos” rige precisamente su propia creación estética. Veamos lo medular del planteamiento en este trozo:

De este modo elegías tú el adjetivo,
la palabra, y el verso cuyos rítmicos
pasos como los de un enemigo acechabas.
Hacer un poema era planear un crimen perfecto.
Era urdir una mentira sin mácula
hecha verdad a fuerza de pureza.

Evidentemente, es el concepto de libertad lo que mejor permite circunscribir el sentido profundo de la vida y la obra de Carlos Martínez Rivas. Libertad con respecto a los hombres y las instituciones, las costumbres, las modas y modos del vasto mundo plástico, supermodelado y vacío(14), libertad con respecto al lenguaje, con respecto al orden y la lógica establecidos. De hecho, con formidable disgusto, el poeta rechaza, critica y denuncia a su tiempo alienado y su entorno; la emprende individualmente contra la anquilosis del corazón y del espíritu. Con el mismo vigor exalta el amor auténtico(15),suscribe la marginalidad y el autoexilio, la superioridad del poeta en un mundo envilecido. De ahí que nadie pueda remplazarle en su dislocación, su abandono, su descontento, su angustia, su desesperanza, que es lo que él considera más suyo, en apoyo, en sostén al deslumbramiento y a la iluminación, al drama de su yo irreductible.

En efecto, frente al caos del mundo, ante la inteligibilidad de los poderes que rigen la frágil condición humana, los únicos hombres a cuya sombra vale la pena estar son los náufragos, como bien lo afirmara Jean-Paul Sartre: un verdadero artista es el que elige el fracaso y lo elige para siempre. En el mismo sentido se pronuncia Ciorán: La verdadera elegancia moral reside en el arte de transformar nuestras victorias en derrotas(16).

Haciendo referencia al Expresionismo, en la Cátedra que lleva su nombre, como dejando ver su mundo de procedencia y el vértigo de su aventura personal, dice C.M.R.: “Tiene sus raíces este arte en la fundamental inadaptabilidad del ser humano a la existencia terrena: el sentimiento de que el hombre sobre en el cosmos, eso es lo horrible. Ningún gato sobra, ninguna ardilla, ninguna rosa sobran. El hombre sobra. Y eso es una desarmonía, una disonancia a su concierto en el Mundo”(17); razón suficiente esto último para que la pasión, la memoria y el genio de Carlos Martínez Rivas elijan y engendren el oro del asombro y el destello cegador del paraíso, recobrado por la gracia fulgurante y perpetua de su poesía, no obstante ese otro polo de atracción que —so pretexto de rechazo, evasión o remedio contra la sordidez social — lo induce a ser la autopieza de disección espiritual, el auto-Hamlet (18), infernando gesticulante con la guitarra ebria; Ecce Homo eufórico, iracundo, coronado de parras y de espinas.

Pero quizás uno de los aspectos más radicales del ejercicio crítico de Carlos Martínez Rivas es su intransigencia ante el fenómeno poético. De hecho, Martínez Rivas escribe sólo sobre lo que le interesa a él, no a un público. “No tener un público”, —proclama, escribe y lo subraya categórico en “Filiación del poeta menor”. Tampoco tiene prisa alguna en publicar sus poemas, como lo advierte en la explicación que dio el 25 de noviembre de 1993 en la UNAN-Managua a propósito de los 40 años que le tomó el escribir su poema a Salomón de la Selva: “ .... NO ES QUE ME PASÉ CUARENTA AÑOS ESCRIBIÉNDOLO, CORRIGIÉNDOLO; sino que lo guardé cuarenta años sin publicarlo. Ése es, ahí está, EL SECRETO. Este Poema, “EL LECTOR, PANEGÍRICO...”, es un poema hecho no con trabajo sino con tiempo./ Se hizo él solo, porque no lo des-hice, no lo mal-logré , forzándolo a ir prematuramente a las prensas; sometiéndolo a la “letra-impresa”, ese “octavo pecado capital”, antes de cumplir su período orgánico. PUNTO”.

“TAMPOCO ES UN POEMA LARGO. Es un poema breve, pero, a su manera, es un poema grande; porque está cargado de inspiración, por haber sido depurado —en esos cuarenta años —de todo ripio. (....) él, sólo, con el paso del tiempo, con el ritmo —digamos— de las estaciones, se fue despojando de cualquier elemento supérfluo, como un árbol. Yo lo encontraba a cada “inspección” técnica, con unos tres, nueve versos menos —como si se los hubiera sacudido porque le estorbaban”. Evidentemente, tales aseveraciones ponen al desnudo la obsecación perfeccionista del poeta. Corrigiendo mucho, engavetando y volviendo a extraer de gastadas carpetas ‘color pardo rastrojo’ manuscritos emborronados de nuevo; una y otra vez. Tal ha sido el proceso de la escritura de poemas como “La puesta en el sepulcro ”, “Infierno de cielo”, “André Breton en su tertulia”, “Proyecto de la Obra Maestra”... “Un poema como una traducción, podría decirse por extensión, nunca se termina (en el sentido de acabado, de logrado); se deja”, —anotó, coincidiendo al pelo con el poeta francés Paul Valery.

En realidad, esta actitud de perfeccionismo inacabable en Martínez Rivas, suscita contradictoriamente, por una parte el acrecentamiento de la exclusiva propiedad de su palabra poética, de su estatus de poeta de poesía aparte, de su ajenidad; y por otra, hace que el poeta arremeta contra el arte poético y contra todo arte que intente sustituir el flujo de la vida cuya característica es la imperfección —como lo hace notar Eduardo Milán: “A veces parece que la “insurrección solitaria” de Martínez Rivas es un levantamiento contra la poesía misma, por saber que en la poesía se pierde siempre algo esencial, que la poesía nunca alcanza a compensar una carencia y que si hay algo en que, realmente, vida y poesía se parecen es que ambas son pérdidas seguras. A partir de esa especie de equivalencia, Martínez Rivas se rebela contra la poesía como fingimiento, contra la poesía como decoración y movimiento estetizante que sepulta a la vida en esa fijeza última a la que tiende el poema mediante su paradoja esencial de movimiento fijo”; (....) el poeta “manifiesta su desconfianza de un orden impuesto a la poesía que, muchas veces, aún en movimientos poéticos “libertarios”, actúa como camisa de fuerza de la expresión de un impulso ingobernable”(19).

Como consecuencia de esta actitud ética existencial se explicaría, según Alvaro Urtecho, el carácter nietszcheano en buena parte de la escritura posterior a La insurrección solitaria, “escritura nietszcheana en cuanto se expresa en el fragmento, en el margen o las márgenes del discurso. La parte, el fragmento que no llega nunca a cerrarse por ser precisamente eso: fragmento, trozo de corteza , aerolito de un cosmos siempre inasible, siempre naciendo, apareciendo y desapareciendo (....) la palabra pulida, desollada, afilada, que termina devorándose a sí misma, no permitiendo la posibilidad no sólo de la Obra Maestra sino de la misma existencia física del libro como objeto de intercambio social, como objeto de comunicación interactuante”(20). Como quiera que sea, afirmativa y segura, en manifestación siempre fresca y renovada, la palabra poética que Martínez Rivas pule como un arma, con fe / no exenta de cinismo espera el día de mañana / para contradecir al de hoy. / A su golpe vacío, / Fiel (....) / a su pentecostés privado.

La poesía de Carlos Martínez Rivas, subraya Miguel Ángel Echegaray(21), permanece envuelta por un halo de premonición y sentencia bíblica. Su profesión de fe, sin embargo, no fue la del poeta creyente que asocia la palabra divina con la palabra profana. Más bien, él entendió la poesía como un eco alargado de la escritura de Dios y como una batalla del verbo con el lenguaje humano. Por ello, quizá sea el último poeta legítimamente solemne.

Amparado en la venia de la liberalidad projimal, me atrevo a dar cabida al juego cómplice y herético de este ANDANTE IN CRESCENDO CARLOSMARTINEANO

Carlos Martínez Rivas corresponde a la estirpe de los raros. A una raza de artistas y proscritos que —cumpliendo la predicción de Rimbaud— se convierten en visionarios por un largo, enorme y razonado trastorno (dérangement) de todos sus sentidos. A esa tribu de rebeldes forasteros que saben de lugares de donde regresaron henchidos tras su acento exaltado; los ojos relucientes, inyectados de sangre. Buzos del pensamiento con aire de volver del país de los muertos, musitando los últimos límites / de lo bruto; la atracción / de lo inícuo; el azoramiento / del genio tentado, vacilando. El libro secreto de la naturaleza en sus mentes en trance. Translúcidos, embrutecidos, ebrios de sino inmortal. (Andante in crescendo propio dél : ) Batiendo con los pies los tambores del cielo desprenden esa rapsoda que vuela en el viento / por encima del mar tenebroso donde culebrea el infierno; música de esferas. Y cuando sólo disgusto tienen (un excelente disgusto, creo), al soplar de ambas manos las entrañas del caos, bajando la voz y subiendo la llama, hacen surgir la diosa de más ardiente y deliciosa forma (¡wow! Virgo potens Sedes sapientiae Mater misericordiae). Y se celebra con una fiesta suprema en el principado del infortunio.

Estela de la Opera Omnia
Con la publicación —a los 19 años— de El Paraíso Recobrado, Poema en tres Escalas y un Prólogo (Cuadernos del Taller San Lucas, Granada, 1943), y —10 años más tarde— del volumen “La insurrección solitaria”, conjunto de poemas en tres secciones (Editorial Guarania, México D.F., 1953), Carlos Martínez Rivas alcanza la cima de la creación poética hispanoamericana acaso como nuestro poeta mayor del siglo veinte; pero igualmente se reconoce y admira la perfección de sus poemas de adolescencia (El Pijama, Una rosa para la niña que volvió por su muerte...) y de su obra posterior publicada en revistas y suplementos culturales o leída por él en Recitales; cabe citar al respecto —entre tantos— los poemas: Ecce Homo (1957); ¿Qué dicen, hermana mía, las olas salvajes? (1960); Una llama en el bosque de Chapultepec (México, 1964); Dos murales U.S.A. (1964), en los que repercute la lección de Baudelaire como “pintor de la vida moderna”; La puesta en el sepulcro ( XIV Estación), 1953-1980; Los testigos oculares(1964); un terceto de textos reveladores de su honda solidaridad humana, escritos entre diciembre 1983 y mayo del 84: Los perdedores caen en la lona; A quienes no perdieron nada porque nunca tuvieron; y, Dama Llaga Daga; El Auto-Hamlet (un antiguión); Leopardi, Baudelaire, Rubén y compañía (1984); Infierno de Cielo (escrito en 1964 y merecedor —20 años más tarde— del Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío1984; Los amores (1995).

Debiéndose tener en cuenta al mismo tiempo algunos poemas conocidos o no que forman parte de los siguientes títulos, sólo anunciados por Martínez Rivas: Fantasmas y pretextos (años 50, 60, 70); El Asco y la Lira (años 50-60); Cármina figurata (1953-72); Esquina con Esperanza, Esquina sin Esperanza (1951-84); Antropologías (1951-85); Calcoholmanías y Guarismos (1957-79); Identidad y Patrística (años 60-90); De Arte Graphica (años 40-90); SILABARIO CArolinaTON (1977-83); Estatutos de la Pobreza y otros asuntos con ella relacionados (años 50-90). Obras que el Poeta pensó reunir íntegramente o en parte bajo el nombre de Allegro Irato y en las cuales plasma con acucioso, refinado y deslumbrante ingenio —como lo hiciera anteriormente en sus dos publicaciones de plena juventud— su insólita manera de sentir, vivir, padecer e interpretar críticamente la realidad en su concreta dimensión dicotómica de cielo e infierno, de ángeles y demonios, de sabiduría y estulticia, de inocencia e hipocresía, de poder e indefensión, de deshumanización y solidaridad.

Como crítico de literatura y de arte en general Martínez Rivas deja también textos inéditos o publicados de manera dispersa, prueba de ello los temas de sus Cátedras magistrales dictadas en la UNAN-Managua (1991, 1993), y los siguientes trabajos o propuestas: Manual mitológico de Rubén Darío; ABCDarío; Rubén Darío, el envejecer en su poesía (1954-66); Diarios europeos (años 50); Monarcas, enanos y aire (estudio sobre la pintura de Velásquez); Garcilaso de la Vega; Watteau y su siglo en Rubén Darío (1969); Azarías H. Pallais y “los otros” (1954-78); Mis Gay Twenties —sobre Luisita Donahue— (1958-1978); El Ojo diáfano de Tierra firme —sobre Exposición de Pinturas de Mercedes Graham — (1980); La aislada, asidua labor de 30 años... (1984); Julio Cortázar: cara y cruz (1984); Dos pintores impresionistas (1991); La Pintura de Joaquín Vaquero (1994); Mexías Sánchez y otras observaciones (1995); Precisiones sobre el barroco (1995); su Lección magistral sobre Rubén Darío (1998), al recibir de la UNAN-Managua el título de Doctor Honoris Causa.

Evocaciones visuales en su poesía
Algunos títulos de los ensayos citados y las conferencias desarrolladas por el poeta en la UNAN (1991, 1993), ofrecen un indicio de su profunda sensibilidad por las artes visuales y espaciales cuyo oficio el poeta contrasta con el del escritor —obligado siempre a lidiar con la intangibilidad de las palabras—, mientras que el escultor o el pintor tiene el consuelo del contacto cálido, seguro y directo con el material con el cual crea. A este destino nutritivo y fértil aspiró el poeta: “pienso que / quizás —como a mí a veces— te hubiese gustado más pintar”, dice en el “Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos”. De hecho, una buena parte del tiempo transcurrido en el extranjero lo dedicó Martínez Rivas para visitar exposiciones y museos en Europa y América, dando como resultado varios diarios y cuadernos manuscritos, aún inéditos y un conjunto de esbozos gráficos y dibujos pequeños, apretados, patéticos, eróticos, como miniaturas de grandes cuadros y retratos, rostros que resumen “lo bizarro, lo irregular y lo disforme —atributos de la belleza moderna— la presencia herida por el tiempo, tatuada por la muerte” .Octavio Paz(22).

Quien vuelve a sus poemas —nos dice Echegaray (23)— están habitados por una doble fuerza plástica, ya que, además de su rigurosa construcción de imágenes, sus temas conciernen a experiencias pictórica singulares. Martínez Rivas pertenece a esa estirpe de poeta que, como Charles Baudelaire, Octavio Paz o Luis Cardoza y Aragón, han acompañado y revelado la pintura de su tiempo, al igual que han releído también la de otras épocas. Son poetas del ver y del decir. En el nicaragüense la poesía y la pintura se alimentan y se definen una a otra, como si la letra, para engarzarse, necesitara abrevar en el color y la línea. En La Insurrección Solitaria menudean, más que alusiones, tramas poéticas que se originan en pinturas de Da Vinci, Van Gogh o Klee.

En todo caso, este autor que tanto ha adelantado en materia de creación estética y de actitudes, abrió su vena a la transfusión de sangre de los Museos para “crear la dinámica a través de la cual lo pictórico genera a lo meta-pictórico”, según Steven White en su excelente estudio “Martínez Rivas y Baudelaire, Dos pintores de la vida moderna”. Es así como en “La insurrección solitaria” y en su producción posterior, las artes plásticas constituyen una vertiente de reflexión y de creación. Esto explica su frecuente alusión a ellas. De da Vinci —por ejemplo— en “Canto fúnebre...”; de Lucas de Leiden en “Beso para la mujer de Lot”; de Paolo Uccello, Vittore Carpaccio y Mathias Grünewald en “Memoria para el Año Viento Inconstante”; de van Gogh en “Retrato de dama con joven donante”; de Goya en “Cuerpo cielo” y “Los perdedores caen en la lona”; de Paul Klee en “Arete”; de Pieter Bruegel en “Dos murales U.S.A.”; de Sandro Botticelli en su “Tríptico” a Granada... Sin contar sus abundantes referencias al arte greco-romano y en menor grado al precolombino.

Reconocimientos y distinciones
Entre los escasos y a la vez tardíos reconocimientos y distinciones, se le otorgó la Orden de la Independencia cultural Rubén Darío (1982) y el Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío (1984). En 1991, durante el rectorado del Dr. Alejandro Serrano Caldera, la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) crea la Cátedra Carlos Martínez Rivas, dedicada tanto al estudio de su obra, como al de su pensamiento crítico sobre una época que pocos escritores nacionales han vivido y percibido con tanta intensidad como él; nombrándosele —hasta el final de sus días— catedrático titular de la misma. A propuesta de la Dirección de Extensión Cultural de la UNAN-Managua, se le ofrecen en homenaje el IX Encuentro Nacional Interuniversitario de Poesía (1994) y el VIII Festival Artístico Interuniversitario 1997-98.

En 1997, recibe de la Presidencia de la República el Premio Nacional de Humanidades; la Orden Mariano Fiallos Gil del Consejo Nacional de Universidades (CNU); y un Homenaje Nacional, organizado por el Foro Nicaragüense de Cultura, la UNAN-Managua, el Instituto Nicaragüense de Cultura y el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica. El mismo año también le rinden homenaje la Unión de Artistas Plásticos, Bolsa de Noticias, Promotora Cultural Buen Día, el III Festival del Monólogo, la Escuela universal “Pierre y Marie Curie” , y el Cuerpo Nacional de Policía. El 11 de febrero 1998 le fue otorgado por la UNAN-Managua de manos del Rector, Francisco Guzmán Pasos, el título de Doctor Honoris Causa.

No obstante, su obra intelectual que él, por su propia decisión, conservó cautelosamente inédita (ajeno como era a toda publicidad y las consagraciones, empecinado en no publicar otro libro, “manteniéndose al margen de la llamada y consabida vida literaria, con la dignidad inherente al heroísmo”.Mejía Sánchez(24), merece ciertamente su pronta recuperación y publicación. En un futuro cercano, la producción de Carlos Martínez Rivas debe ser difundida, promovida, analizada, “visando captar —como sugiere Pedro León Carvajal— el sentido en que evolucionan sus concepciones, su sistema técnico, su espectro temático, su metodología secuencial, sus ángulos de enfoque, la proyección de sus perspectivas, la arquitectura de su reflexión ético-estética, su “Weltanschaung”(25). Su herencia literaria debe ser parte integral de los programas de estudio del país, como conviene al Inmenso Solitario Insurrecto que se dio a la tarea de hacer del arte el reflejo creativo de la condición del ser humano en el mundo.

Valoraciones aproximadas

Incontestablemente, esta poesía, —elaborada con absoluta precisión, claridad, profundidad filosófica, esplendor formal, y soberana vitalidad — ha percutido contundente, y seguirá desplegando la influencia de su palabra magnífica y rebelde en todo el ámbito de la lengua y de la condición humana. Desde Octavio Paz, que en elogioso ensayo previsor(26) sitúa a Carlos Martínez Rivas como una de las voces más sólidas y penetrantes de la poesía española de nuestro tiempo, su obra ha merecido permanente admiración y respeto.

Así, en sus connotadas Conferencias a la Empresa Privada (1974), José Coronel Urtecho vierte estas apreciaciones: “(...) Nada adelantaría, desde luego, con decir que no creo, como efectivamente no lo creo, que haya hoy otra lengua igual a la de Carlos en todo el ámbito de la lengua o por lo menos en el ámbito de la lengua de la poesía española. (...) Como quiera que sea, la lengua de la poesía de Carlos Martínez Rivas puede en la actualidad considerarse no sólo desde hace tiempo la más avanzada y cada vez al parecer más avanzada en las más imprevistas formas y direcciones, sino también y por lo mismo, la más apta para captar, expresar y comunicar las delirantes complejidades y profundidades de la situación humana en nuestro tiempo y aún de la misma condición del hombre en el mundo contemporáneo. (...) Carlos Martínez Rivas y César Vallejo... son quizá los dos únicos poetas modernos de la lengua hispánica que han realizado cambios serios y modificaciones importantes en la estructura de la lengua misma...”

El español Félix Grande advierte que “la poesía de Carlos Martínez Rivas, sin ese festivo dominio verbal —de que no carece jamás— sin ese fino esplendor que alguna vez se ha llamado “una sensualidad de la inteligencia” estaría entre las más desoladas de habla castellana(27). Según Alvaro Urtecho, “Esta conciencia de saberse poseedor de una ars poética sin concesiones a la ideología o a la temática planificada, lo llevó a sostener y a proclamar cada vez más la identificación de vida y poesía, de persona y escritura” (28).

“Destacan (en su obra) —anota el crítico literario Mario Campaña— la frecuente utilización del mito; el escaso protagonismo del yo; la versatilidad métrica y de estilos, los usos cultistas. Pero lo admirable es el enorme dominio del lenguaje del poema, así como la indagación incisiva, cruel, en los avatares de la condición humana. El magistral dominio del nivel significante del poema —exacta distribución de acentos, combinación de sonidos consonánticos, etc.— acentúa una significación que no ofrece concesiones. He aquí, en resumen, a uno de los maestros de la poesía latinoamericana y castellana”(29). Hace ya muchos años Beltrán Morales escribió este párrafo: “En este país podrá suceder cualquier cosa (otro terremoto, otro Darío) y “La insurrección solitaria” estará terca y desafiante, como la inconmovible Peña del Tigre en el Océano Pacífico”(30).

Este otro juicio contundente de Ernesto Sábato puede quizá revelar el destino de la creación artística de Carlos Martínez Rivas: “Las únicas obras que pasarán a nuestra historia literaria son aquellas que fueron creadas con sangre, sufriendo el drama de su época y de sus contemporáneos, sus situaciones límites frente a la soledad y la muerte”.

En todo caso, frente a la enorme presencia de lo que habita lo más hondo del lenguaje, Carlos Martínez Rivas se funde y funda en la palabra. A la luz de sus soles recónditos, raro, esquivo, deslumbrante, rebelde, él es la imagen del

FUENTE.LA PRENSA LITERARIA. /LIC:RENE DAVILA."